Nos encontramos en Paranesti, el municipio más
grande y menos poblado de Grecia, rico en inmensas extensiones de
bosque. Hemos venido a participar en una bolsa de semillas y un
encuentro internacional de tres días organizado por Peliti, una
asociación creada hace diez años.
En esta estancia de apenas dos semanas en Grecia descubriremos hasta qué
punto este país se corresponde poco con la imagen caricaturesca
ampliamente proyectada por nuestros medios de comunicación.
Primera gran sorpresa: en Paranesti nos encontramos en medio del
mayor acontecimiento europeo relacionado con las semillas, impulsado por
una energía y un entusiasmo increíbles. Alrededor de 7.000 personas han
venido de todos los rincones de Grecia, de varias regiones e islas,
para aportar (y sobre todo transportar) saquitos de semillas de
variedades antiguas o locales de verduras y cereales.
Todo empezó en los años 90 cuando Panagiotis decidió recorrer su país
haciendo auto-stop, sin dinero, viajando de una región rural a otra en
busca de variedades tradicionales que se estaban perdiendo. Reunió
alrededor de 1.200 y enseguida se encontró sobrepasado por la tarea de
conservar y multiplicar esa inmensa riqueza. De ahí la creación de una
red, Peliti -el nombre de un roble-, que reunió a una decena de grupos
locales. La agrupación lleva a cabo una
gran actividad en las escuelas de varias regiones. Este año ha sido la
décima y la mayor reunión organizada por la asociación.
Más de 20.000 saquitos de semillas se han distribuido o intercambiado
gratuitamente; se invitó a los participantes a una cena, también
gratuita, gracias a una tonelada y media de verduras proporcionadas por
una cincuentena de agricultores locales. Este año Peliti tiene la
intención de construir un nuevo edificio para su banco de semillas y
seguirá extendiendo su actividad por todo el país.
Al hilo de las conversaciones (y de las entrevistas grabadas por
Radio Zinzine), comenzamos a identificar ciertos rasgos esenciales de la
sociedad griega, sobre todo en lo que se refiere al medio rural.
Hace relativamente poco que Grecia existe como nación. De 1453 a 1828
formó parte del Imperio Otomano. Fue reconocida en 1928 formada por la
Ática, Atenas, el Peloponeso y las Cícladas. Entre 1928 y 1948, el país
duplicó su superficie más o menos cada 30 años (3). Pero entre los
otomanos no existía propiedad privada de la tierra. Todas las tierras
pertenecían al sultán, que concedía el usufructo de grandes superficies a
sus servidores fieles. En las provincias, los otomanos privilegiaron a
los pequeños agricultores, menos susceptibles de amenazar su dominio que
los grandes propietarios y los notables locales. Poco a poco, tras la
salida de los turcos, los griegos ocuparon las tierras, a menudo sin
títulos oficiales de propiedad; por su parte el Estado también recuperó
superficies, sobre todo aquéllas que pertenecían al Imperio Otomano. Lo
que explica, por ejemplo, que el 95% de los bosques en Grecia sean
públicos.
En 1922, tras un grande y traumático intercambio de poblaciones
turcas y griegas que vio a un millón y medio de refugiados abandonar el
Asia Menor por Grecia, se llevó a cabo una importante reforma agraria
entre los más radicales, en el oeste, que distribuyó las tierras a los
que las trabajaban. Gracias a esa reforma, la distribución de tierras es
relativamente igualitaria, en general entre 5 y 20 hectáreas por
explotación.
El éxodo rural de Grecia data sobre todo del período que siguió a la
Segunda Guerra Mundial y la feroz guerra civil entre 1945 y 1949. Apenas
se sabe que los alemanes destruyeron casi todas las grandes ciudades de
montaña de más de 2.000 habitantes, lo que supuso un golpe terrible al
tejido rural. El éxodo también ha sido favorecido por la política,
apoyada por Estados Unidos, dirigida a incrementar la oferta
inmobiliaria en las ciudades. Y ha continuado desde la entrada de Grecia
en la Comunidad Europea en 1981.
Pero el hecho de que ese fuerte movimiento de población hacia las
ciudades sea relativamente reciente tiene como consecuencia que los
vínculos entre el medio rural y las ciudades se mantienen muy vivos. La
gran mayoría de los griegos tiene parte de su familia en la ciudad y
otra parte en un pueblo. De todas formas, la familia sigue siendo una
unidad fundamental en la vida helénica. Los habitantes de la ciudad
mantienen una relación afectiva y constante con «su» pueblo y acuden
regularmente para los festejos. Además existe un fenómeno muy extendido,
el de las asociaciones de la diáspora que reúnen a los ciudadanos de un
pueblo o una provincia determinados.
Todo eso favorece mucho el actual movimiento inverso de las ciudades
hacia el campo. Algunos sondeos revelan la sorprendente cifra (difícil
de verificar) de un millón y medio de griegos que estarían tentados por
ese enfoque. Alrededor de 50.000 ya lo habrían emprendido.
Dimitris Goussios, profesor de geografía de la Universidad de
Tesalia, recuerda Ellinopyrgos, un pueblecito de las estribaciones que
rodean la planicie de Tesalia, actualmente poblado por un centenar de
personas, casi todas mayores. Pocas perspectivas, se diría. Falso:
existen desde hace mucho tiempo seis asociaciones creadas por la
diáspora originaria de ese pueblo en Australia, Alemania, Estados
unidos, Atenas… que agrupan a 2.500 personas. Varios jóvenes, todos de
familias originarias de Ellinopyrgos, quieren iniciar actividades
agrícolas y hortofrutícolas. Una conferencia por satélite organizada con
la ayuda de un laboratorio dirigido por Dimitris Goussius ha podido
reunir a los habitantes del pueblo, los jóvenes y los miembros de las
seis asociaciones de la diáspora para determinar con precisión cómo
podrá llevarse a cabo el regreso a la tierra de la mejor forma posible.
Además, esas asociaciones urbanas vinculadas estrechamente con el pueblo
constituyen un mercado privilegiado y muy motivado de los productos que
se elaboren. Así, esas asociaciones superan su carácter tradicional,
festivo, cultural y patrimonial para asumir cuestiones económicas y la
instalación de nuevos agricultores. Acaban de firmar una carta de
gobernanza territorial que tiene como objetivo la integración de la
diáspora en el desarrollo de la comunidad.
Uno de los jóvenes urbanos ha explicado a Dimitris Goussios: «No
quiero venir para ganar dinero. Si trabajo en una empresa en Atenas
ganaré 400 o 500 euros. Eso para mí es esclavitud. Aquí, incluso aunque
gane menos, sobre todo encuentro la libertad». Según Goussios, «la
mentalidad cambia hacia lo cualitativo, hacia la calidad con lo
colectivo. El individualismo no ha terminado, pero ya no es tan fuerte
como antes».
Al preguntarle sobre el sorprendente espíritu de generosidad del
trabajo de Peliti continúa: «Al menos en Grecia, después de tres
decenios de hiperconsumismo, la crisis está ayudando a hacer una nueva
evaluación de lo que había, de lo que ya no habrá. Hace mucho tiempo no
solo existía la generosidad, sino también la reciprocidad. Aquí, por
ejemplo, cuando se construía una casa todo el pueblo participaba. Ahora
estamos recuperando todo eso, la solidaridad, la reciprocidad, la
generosidad. Lo positivo es que en Grecia eso todavía existe, al menos
en la memoria de las personas, mientras que en Francia, donde el éxodo
data principalmente del siglo XIX, hay una ruptura. Ya no hay puentes o
pasarelas, mientras que aquí cualquiera, aunque sea la tercera
generación, participa en las fiestas del pueblo, viene a pasar diez o
quince días, el abuelo le lleva a ver los animales en el establo. Por lo
tanto existe un contacto, y aunque sea débil el proceso será más
fácil».
Durante nuestra estancia en Tesalónica, la segunda ciudad de Grecia,
visitamos un huerto creado por doscientos ciudadanos de diferentes
generaciones y profesiones en un terreno militar que ocuparon. Las
verduras crecen, los hortelanos elaboran planos de las plantaciones y de
momento nadie se lo impide. Pero seguramente tendrán que pelear para
quedarse. Desde que empezó la crisis han aparecido numerosos huertos
colectivos en las ciudades griegas.
Otro fenómeno nuevo se desarrolla rápidamente, el que se conoce en
general como «la revolución de las patatas». A principios de este año
los productores de patatas de la región de Nevrokopi, en el norte del
país, se encontraron con una gran cosecha que no conseguían vender a un
precio justo. Los supermercados ofrecían 15 céntimos por kilo, que no
cubren los costes de producción, y las revendían a más de 70 céntimos.
Los agricultores reaccionaron distribuyendo toneladas de patatas gratis
en las plaza de las grandes ciudades. Al verlo, un profesor de gimnasia
de Katerini, Elías Tsolakidis, se puso en contacto con ellos y puso en
marcha un sistema de pedidos directos de los consumidores por internet.
Ahora los productores bajan a muchas ciudades, se instalan con sus
camiones en los aparcamientos y venden las patatas a 25 céntimos el
kilo. Todo el mundo gana salvo los supermercados, obviamente, que han
tenido que bajar su precio de venta, aunque sigue siendo muy alto. Este
sistema se ha extendido progresivamente a otros productos como el aceite
de oliva, la harina y el arroz. La operación, coordinada por
voluntarios, ha permitido a los productores de Nevrokopi vender 17.000
toneladas de patatas en cuatro semanas. Ya han participado más de 3.000
familias en Katerini, una ciudad de 60.000 habitantes. Recientemente más
de 2.500 personas de Katerini cataron diversos aceites de oliva e
hicieron su elección, un «ejercicio democrático», según Tsolakidis.
En Tesalónica también asistimos a una manifestación contra el
proyecto de una inmensa mina de oro a cielo abierto en la región de
Halkidiki que destruirá varios pueblos y el bosque de Skouries, una de
las forestas más ricas de Europa en biodiversidad. Parece que los
proyectos mineros se reavivan, se recuerda en particular la presencia de
uranio en el norte, cerca de la frontera búlgara. Durante la
manifestación entrevistamos a Alexis Benos, un profesor de medicina que
se declara asustado por las inevitables consecuencias en la salud
pública, en los obreros de la mina, en la población de los alrededores e
incluso más lejos debido a la gran volatilidad del polvo que genera la
mina. Además se prevén problemas graves de contaminación de las capas
freáticas a causa de la utilización masiva de cianuro para extraer el
oro del mineral.
Muchos griegos temen que el Estado, bajo presión, malvenda las
riquezas minerales del subsuelo. Tanto más porque en una época de crisis
profunda los movimientos ecologistas tienen más difícil movilizar a la
población. También están preocupados por los bosques griegos, casi todos
públicos y poco explotados.
Alexis Benos: «Es cierto que esto es un desastre, como una calamidad
natural que se abatiera en las islas por todas partes. Como médico te
diré que en los dos últimos años he conocido un aumento significativo de
suicidios, así como de los problemas de salud y de los trastornos
psicológicos. Y al mismo tiempo el gobierno recorta y destruye el
sistema sanitario público.
¿Qué podemos hacer? Aquí, en Tesalónica, se está desarrollando un
movimiento de solidaridad, hemos creado un centro médico solidario.
Somos más de 60 personas del sector de la salud, médicos, enfermeros,
psiquiatras. Trabajamos en el centro fuera de nuestro horario laboral y
atendemos a personas que ya no tienen ningún acceso a la atención porque
ya no hay servicios públicos o porque ya no tienen seguro. Antes,
mientras estabas en el paro, tenías un seguro; ahora eso se acabó. Mucha
gente se encuentra en esa situación. Realmente es una crisis brutal
para las personas que antes no eran pobres. Tenían un empleo o un
negocio y de la noche a la mañana perdieron todo. Esos son nuestros
pacientes. Cuando abrimos el centro médico solidario pensábamos que la
mayoría de las personas que acudirían a nosotros serían inmigrantes.
Pero en la actualidad el 70% son griegos.
Lo que nos mantiene optimistas es que tenemos un movimiento con
diversas expresiones de solidaridad, como veis ahora en la manifestación
contra la mina de oro. Es un movimiento que se agranda en solidaridad y
también en resistencia, por supuesto. Tenemos un lema fundamental: «No
dejar a nadie solo frente a la crisis».
Dimitris Goussios: «Pienso que el gran descubrimiento de los tres o
cuatro años del imperio de la crisis es que las personas han empezado
cada vez más a entender y aceptar que de lo que se rechazaba en los años
70 hay cosas que son como diamantes. Por ejemplo la solidaridad, los
festejos. Desde ese punto de vista creo que la crisis tiene aspectos
positivos; el más positivo de todos es que las personas son capaces de
buscar vías alternativas.
Hace poco en un café hubo una discusión sobre si íbamos a pasar de la
carne a los garbanzos. Aquí en los cafés también se hacen risas y
bromas, es como el teatro de la Grecia Antigua, nunca se sabe cuándo se
habla en serio y cuándo en broma. Un viejo dijo: «Escuchad, yo hice
grandes festejos en mi juventud con garbanzos y después vi que cada vez
aparecía más la carne en la mesa. Así que poned atención, la auténtica
cuestión no es si comeremos carne o garbanzos, ¡el verdadero problema es
que dejásemos de festejar!
fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=151642
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